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Homenaje Póstumo maestro José Guillermo Ruelas Ocampo.

Aún nos parece difícil aceptar la ausencia del maestro José Guillermo Ruelas Ocampo.

Siempre guardo la esperanza de encontrarlo en algún momento: frente a sus alumnos, disfrutando un café o expresando alguna opinión, esas opiniones que lo distinguían, siempre respetuosas, pero no por ello exentas de un inteligente tono crítico. Algo que extrañaremos, que ya extrañamos sus discípulos, sus compañeros y su familia, es su profunda y variada cultura. Esa cultura que lo hacía tener siempre en la mente la opinión docta, y en los labios, la palabra sabia. No sólo era un experto en derecho, con opiniones profundas y bien documentadas, sino además un hombre de sabiduría. Una sabiduría que comprendía variados temas y formas de pensar, que combinaba de forma admirable. Esa clase de magisterio es invaluable, pues a nuestro juicio un maestro no sólo debe instruir en una materia, sino brindar aproximaciones variadas a diversos temas, suscitando inquietud intelectual y ansia de aprendizaje.

Una materia, a final de cuentas, no es un simple compendio informativo, sino un pretexto para adentrarse al mundo del saber. Aprender, en ese sentido, no es sólo atesorar datos, sino alcanzar la transformación de la propia personalidad. Por ejemplo, pocas veces he encontrado a maestros de derecho que puedan aprovechar citas reflexivas provenientes de la literatura, la historia y la sociología en general. Aún recuerdo, en del maestro Guillermo Ruelas, sus referencias a Shakespeare, que por cierto leía en inglés, a Víctor Hugo, a Doistoyevsky o a Cervantes relacionando sus obras maestras con la ciencia jurídica. O sus sabrosas digresiones dedicadas a Rousseau,  Voltaire, D’Alambert, Diderot, Montesquiou, o a cierto enciclopedista; o incluso a variados tópicos de la filosofía alemana desde el recionalismo  de sus autores favoritos Kant y Hegel, pasando el realismo de Feverbach, el pesimismo de Shoponhaver, la crítica a la cultura occidental de Nietzche, y hasta los neokantismos del siglo XX como Heideger o  Jasper; o los padres del realismo sociológico y político como Weber y Habermas Fue un estudioso, en efecto, que no sólo leyó simples compilaciones o libros de texto, sino que abrevó en las fuentes directas del conocimiento.

Pero esas referencias no eran vanidosas, sino precisas y oportunas, sobre todo cuando encontraba un momento específico en la argumentación de un tema jurídico o en una animada charla. Aquellas eran citas proporcionadas como al descuido, cuidando no ofender al interlocutor, pero aprovechando al máximo la natural inquietud de una mente en formación. No podríamos olvidar aquí su insistencia en la correcta utilización del idioma. Para él todo abogado, como todo un humanista, debería ser también un experto en la utilización adecuada de uno de sus instrumentos fundamentales: la letra impresa. En su peculiar concepción, los errores ortográficos o de sintaxis estaban prohibidos en un profesional de la ley. Nosotros podríamos añadir que deberían estar prohibidos en cualquier profesión. De la afición a la historia del maestro nos habla su incorporación al gremio de historiadores y cronistas locales, donde comenzó a compartir algunas investigaciones propias relacionadas con temas que le habían llamado la atención. Le apasionaba la historia local. Urgaba en los documentos del Colima antiguo, como en búsqueda de una identidad regional que permitiera sacudirnos el aislamiento en que, por más de un siglo, la geografía y los intereses políticos de la federación y los estados vecinos, mantuvieron a Colima; pero que, a la vez, posibilitaron la creación de una sociedad única y diferente, propia de una población que comparte, a la vez, la inmensidad del mar y la grandeza de la montaña.

Creo que perdimos a un cronista extraordinario que habría dado mucho, en años venideros, pero por desgracia su esfuerzo quedó interrumpido. Aun así, seguimos en búsqueda de aquel borrador de las viñetas que tanto nos prometió y que, a su decir, llevaba un avance considerable. No podríamos dejar de mencionar su amplia cultura musical. En sus años juveniles fue un pianista de grandes dotes, que en algún momento dudó en seguir una carrera como concertista, donde sin duda habría alcanzado algún importante reconocimiento. Llegó incluso a ofrecer muestras de su talento en los primeros años de esta facultad. Tengo por allí un programa de graduación de alguna de las primeras generaciones, donde el número artístico obligado era una interpretación en piano, de un tema musical clásico, ejecutado por el maestro Guillermo Ruelas. Abandonó ese sueño, precisamente, por elegir dedicarse a la profesión jurídica. Quizá se nos negó disfrutar de un excelente concertista. Pero se nos regaló la vida del más grande jurista que ha tenido la facultad de Derecho. Esa cultura general, que se combinaba con una inteligencia sólida pero refinada por el instinto pedagógico, resultaba invaluable en el salón de clase. Pero no sólo allí: también en la vida cotidiana, pues hay maestros que trascienden de los cubículos y se prolongan en el acontecer de todos los días.

Maestros de vida, podríamos llamarles, no sólo de aula. En esa visión de integralidad como docente, debe señalarse también su paso por las instituciones de la entidad, como lo fue la judicatura, la procuraduría de justicia y la titularidad de los Tribunales Electoral y Contencioso Administrativo del estado. Eso le dotaba de una especial visión donde se enriquecía la reflexión teórica con los retos del desempeño público. Era además un maestro que abordó exitosamente, durante muchos años, el ejercicio libre de la profesión, lo cual le permitía identificar con claridad los retos entre la premisa doctrinal y la praxis jurídica. Recuerdo, por ejemplo, su repetido comentario de que a veces los litigantes exploran muchos recursos y consultas legales, ignorando que la solución a su dilema se encuentra en la misma Constitución, que es lo primero que debieron consultar, estudiar y comprender. Ello devenía, invariablemente, en una de sus materias de estudio: la deontología profesional, es decir, el estricto código ético que debería acompañar al litigante y al estudioso del derecho en general. Tal código de conducta, brinda una muralla para la defensa de la profesión jurídica frente a la corrupción y deformación que a veces domina al mundo laboral circundante. Para él se trataba de una materia esencial, que no sólo era un asunto de ética, sino de calidad de vida. Tal combinación, insisto, de cualidades intelectuales y personales serán difícilmente recuperadas en otros ejercicios magisteriales, pero imponen un ejemplo a seguir que ojalá sea retomado por las maestras y maestros de nuestro tiempo y nuestra circunstancia.

La Facultad de Derecho lo merece. Por ello, creo que este reconocimiento póstumo es muy merecido. El maestro no era adicto al aplauso salamero, a la elocuencia fácil, ni mucho menos al reconocimiento oportunista. No lo embrujaba el canto de las sirenas, ni el elogio convenenciero lo seducía. Se enorgullecía más de  del reconocimiento de maestro que el Foro Jurídico colimense le dispensaba. Agradecía más que cualquier diploma, el que sus alumnos  le entregaran con cariño sincero, su corazón. No obstante seguro estoy que a él le hubiera gustado recibir esta medalla en vida,  para la cual, en una ocasión fue propuesto, como justo reconocimiento a 53 años de ejercicio docente en la enseñanza de la ciencia jurídica. Porque fue esta, sin lugar a dudas, su auténtica vocación. Después de largos años de éxito su labor como litigante, cerró su bufete. Cumpliendo su ciclo en el servicio público, se retiró a  gozar de su merecida pensión. Pero jamás, desde que inicio como tal en 1967 y hasta el día de su lamentable deceso abandonó su labor como docente. La vida del maestro José Guillermo Ruelas Ocampo, por supuesto, está ligada a la Facultad de Derecho de la Universidad de Colima. Fue uno de sus primeros egresados, como también uno de sus profesores emblemáticos. Por ello, una de las grandes alegrías del maestro era percibir que sus alumnos lograban destacar por méritos propios en el ejercicio de su profesión.

Al no tener hijos propios, sus alumnos fuimos una extensión de su espíritu y se enorgullecía de formar ciudadanos de bien que cumplieran sus propios anhelos como litigantes o funcionarios. En las universidades públicas, se reconoce a aquellos funcionarios que contribuyen al crecimiento de la institución cuando crean infraestructura física, fundan centros de difusión cultura, de investigación científica, de promoción deportiva y de enseñanza académica. Se reconoce también, a aquellos estudiantes que alcanzan las máximas notas en el aprendizaje y en la formación profesional en las aulas. Hoy, nuestra Máxima  Casa de Estudios rinde merecido reconocimiento a un universitario que cumplió con éxito la misión de toda institución de educación superior: Formar espíritus aventureros, conciencias libres; hombres y mujeres de pensamiento crítico y de actuar positivo.

Maestro, José Guillermo Ruelas Ocampo, quienes lo conocimos jamás lo olvidaremos.

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